La cruz: lo que significa este símbolo del cristianismo


La cruz es el símbolo más distintivo del cristianismo. Representa el gran amor que Dios mostró al enviar a su Hijo, Jesús, al mundo, para que a través de su muerte, nosotros podamos tener vida eterna. En la cruz Jesús llevó el castigo que merecíamos cada uno de nosotros por nuestros pecados... y lo hizo por amor. A través de la muerte de Jesús en la cruz, Dios nos dio la oportunidad de acceder a la vida eterna con él.

Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre. (Hebreos 10:10)

Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre.
(Hebreos 10:10)

¿Qué representa la cruz?

Se piensa que no fue hasta el siglo IV que se comenzó a usar la cruz como símbolo del cristianismo. Dentro de la cultura de los primeros cristianos la cruz tenía una connotación negativa, era el símbolo de la ejecución de los peores criminales. Los cristianos usaban otros símbolos tales como el dibujo de un pez para reconocerse e identificarse.

Hoy día hay personas a las que les gusta llevar una cruz en un colgante como protección o amuleto. Sin embargo, la cruz es solo un símbolo de algo poderoso que sucedió sobre ella. La cruz no tiene poder en sí misma. Su poder y relevancia vienen de Jesús, Dios encarnado, su muerte en la cruz y su resurrección.

Veamos algunas de las cosas que la cruz representa. Recibamos ánimo y demos gracias a Dios por su inmenso amor al dar su vida en la cruz, por ti y por mí.

1. El inmenso amor de Dios por nosotros

A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
(Romanos 5:6-8)

Cuando el hombre pecó en el Jardín del Edén se creó una barrera entre él y Dios. Quedaron atrás la amistad y el compañerismo que habían disfrutado antes de que el pecado entrara al mundo. Pero el amor de Dios por el ser humano era tan grande que no podía dejar que todo se quedara así por siempre.

Dios decidió proveer él mismo la manera para restaurar esa amistad. Gracias a Jesús podemos ser salvos y moraremos eternamente con él. El ser humano, debido al pecado, nunca habría logrado reparar el daño hecho. El único sacrificio completamente puro y aceptable ante Dios fue el que él mismo proveyó: Jesucristo, Dios hecho hombre, quien murió y resucitó para que podamos tener vida eterna.

2. El castigo que merecíamos

...pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia.
(Romanos 3:23-25a)

Todos hemos nacido con la naturaleza pecaminosa y aunque pensemos que somos bastante buenos, debemos reconocer que tenemos la tendencia a pecar. Una mentira por aquí, una reacción airada por allá... Merecíamos ser castigados por nuestros pecados, eso es lo justo: si uno hace algo malo debe pagar por ello.

Sin embargo, Dios decidió tener gracia para con nosotros, nos dio gratuitamente algo que no merecíamos. ¿Y qué fue lo que hizo? Justificó nuestros pecados (nos hizo inocentes) mediante la redención por medio de la sangre de Jesús. Alguien debía pagar el precio por los pecados cometidos. Alguien debía recibir el castigo para que fuéramos libres de la esclavitud del pecado. Jesús pagó el precio y recibió el castigo por nosotros al morir en la cruz.

3. La señal del nuevo pacto

También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo:
—Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí.
De la misma manera tomó la copa después de la cena, y dijo:
—Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes.
(Lucas 22:19-20)

Durante la última cena de Jesús con sus discípulos, él dijo algo muy importante. Les explicó que su sacrificio en la cruz marcaría el comienzo del nuevo pacto entre Dios y los hombres. Usó el pan y el vino como símbolos para ayudarlos a entender.

La sangre que Jesús derramó en la cruz del Calvario marcó un nuevo comienzo, un nuevo pacto entre Dios y los hombres. A través de su cuerpo partido (quebrantado) y de su propia sangre derramada obtenemos la limpieza de nuestros pecados. Él fue el Cordero perfecto y sin mancha que vino a quitar el pecado del mundo (Juan 1:29; Isaías 53:7). Y cuando aceptamos a Jesús como Señor y Salvador de nuestras vidas, recibimos la limpieza y el perdón de nuestros pecados. Por gracia...

4. La conquista de Jesús sobre el pecado y la muerte

Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los muertos, ya no puede volver a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre él. En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez y para siempre; en cuanto a su vida, vive para Dios. De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
(Romanos 6:9-11)

Cristo murió por toda la humanidad y luego resucitó de entre los muertos. ¡Él venció la muerte y vive para siempre! Cuando lo recibimos como Señor de nuestras vidas, esa victoria viene a ser nuestra herencia. Aunque nuestro cuerpo físico muera, tendremos vida eterna junto con él, viviremos para Dios por toda la eternidad.

Pero Jesús no solo nos consiguió la victoria sobre la muerte. Gracias a su sacrificio también recibimos el poder para vencer al pecado. Ya no somos esclavos del pecado. Es una de las libertades que tenemos en él. Dios nos llena de su Espíritu Santo y nos da las fuerzas para vencer día tras día las tentaciones que se nos presentan. Cristo vive en nosotros y al poner nuestra fe en él y dejarnos guiar por él, experimentamos la victoria sobre el poder del pecado. ¡Vivimos para su gloria!

7 libertades que tenemos en Cristo

Gálatas 2:20

5. Jesús venció al diablo y el poder de las tinieblas

Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida.
(Hebreos 2:14-15)

Cuando Jesús murió en la cruz, mostró de una vez por todas que Dios reina sobre todo, incluidos el diablo y la oscuridad espiritual. Nada ni nadie tiene más poder que Dios. En el momento en que Jesús murió toda la tierra se estremeció, el velo del templo se rasgó, las rocas se partieron y los sepulcros se abrieron (Mateo 27:50-54). ¡Nada fue indiferente! En ese preciso instante se marcó un nuevo comienzo en el ámbito espiritual. Fue el momento en el que Jesús ganó nuestro acceso a la vida eterna y derrotó al enemigo de nuestras almas.

La verdadera historia de la crucifixión y muerte de Jesús

Otros versículos para meditar sobre el poder de Jesús y la cruz:

Hebreos 10:19-20

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo,  por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo. (Hebreos 10:19-20)

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo.
(Hebreos 10:19-20)

Gálatas 3:13-14

Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado de un madero». Así sucedió, para que, por medio de Cristo Jesús, la bendición prometida a Abraham llegara a las naciones, y para que por la fe recibiéramos el Espíritu según la promesa.
(Gálatas 3:13-14)

Romanos 6:6-7

Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado.
(Romanos 6:6-7)

Colosenses 2: 13-15

Antes de recibir esa circuncisión, ustedes estaban muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal.
(Colosenses 2:13-15)

1 Pedro 2:24

Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados.
(1 Pedro 2:24)

Mateo 16:24

Luego dijo Jesús a sus discípulos: —Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme.
(Mateo 16:24)

1 Juan 1:7

Pero, si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.
(1 Juan 1:7)

Filipenses 2:5-9

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.
(Filipenses 2:5-9)

Apocalipsis 5:9-10

Y entonaban este nuevo cántico: «Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra».
(Apocalipsis 5:9-10)

1 Corintios 15:55-57

«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
(1 Corintios 15:55-57)