7 libertades que tenemos en Cristo


El concepto de libertad es muy valorado entre los seres humanos. Nos gusta hablar de nuestro derecho a ser libres y a actuar como queremos. Sin embargo, solo con Jesús podemos tener la verdadera libertad, esa que brota desde lo más profundo de nuestro ser. Juan 8:36 dice:

Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.

¿Qué significa ser verdaderamente libres? ¿De qué nos libera Jesús? Veamos algunas de las libertades que podemos disfrutar desde el momento en el que aceptamos a Jesús como Señor y Salvador. ¡Aprendamos a vivir en su libertad!

En Cristo somos libres

1. De la condenación y la culpa

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:1-2)

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.
(Romanos 8:1-2)

Jesús llevó sobre él toda nuestra culpa, nuestro pecado y condenación al morir en la cruz (Isaías 53). Es gracias a su muerte y su resurrección que somos limpios de todo pecado. ¡Solo tenemos que aceptarlo! En él tenemos la oportunidad de un nuevo comienzo aquí y la seguridad de la vida eterna.

Cuando recibimos su regalo de salvación por fe, le estamos diciendo que aceptamos su sacrificio a nuestro favor y que sabemos que es suficiente. ¡No necesitamos hacer nada más para ser salvos! Tampoco necesitamos vivir con la carga de la culpa por los pecados pasados. En Cristo tenemos una nueva vida y pasamos a ser hijos de Dios, redimidos por él y para él.

2. Del dominio del pecado

Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados. (Colosenses 1:13-14)

Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados.
(Colosenses 1:13-14)

La oscuridad o el pecado no tienen más poder sobre nosotros gracias a Jesús y su obra de redención en la cruz. En Cristo tenemos perdón total y la nueva vida en él es una en la que su luz nos guía, no andamos más en tinieblas (Juan 8:12).

Gracias a ese cambio en nuestro ser podemos tomar las decisiones correctas. El Espíritu Santo nos guía y nos muestra lo que agrada a Dios y nos ayuda a vivir en su voluntad.

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa.
(Gálatas 5:16)

Con la ayuda de Dios podemos vivir una vida en santidad (Romanos 6:20-23). No tenemos que hacer caso a las mentiras y acusaciones del diablo respecto a nuestro pasado o su insistencia sobre el poder de nuestra naturaleza pecaminosa. El Espíritu Santo mora en nosotros, nos ayuda a discernir entre el bien y el mal y nos da las fuerzas para hacer lo que agrada a Dios. ¡Pertenecemos al reino de la luz!

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3. De la muerte eterna

Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Romanos 6:23)

Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.
(Romanos 6:23)

¡En Cristo tenemos el regalo de la vida eterna! No lo merecemos ni lo podemos ganar con nuestros esfuerzos, pero él nos lo concede desde el mismo momento en que recibimos a Jesús como Señor. La muerte ya no tiene poder sobre nosotros porque Cristo la venció con su resurrección. Nuestro cuerpo físico es mortal, pero nuestra alma vivirá con Cristo por la eternidad.

Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
(Juan 5:24)

4. Del miedo

Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores. (Salmo 34:4)

Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores.
(Salmo 34:4)

Dios anhela liberarnos de nuestros miedos y temores, no quiere que vivamos encadenados por ellos. Él ha puesto un potencial en cada uno de nosotros y quiere que lo usemos para su gloria. Al igual que el salmista David, nosotros podemos experimentar la libertad de Dios al buscar su rostro y su presencia, pasando tiempo con él y dejando que nos llene con su Espíritu Santo.

Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.
(2 Timoteo 1:7)

El miedo y el temor no vienen de Dios. El poder, el amor y el dominio propio, sí. Cuando llegan grandes retos a nuestra vida necesitamos recordar que nuestro Padre es todopoderoso. ¡Él nos da la fuerza y el poder para rechazar el temor! Contamos con su ayuda en todo momento y sabemos que en su nombre tendremos la victoria.

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5. De la ira de Dios

Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios! (Romanos 5:9)

Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios!
(Romanos 5:9)

La Biblia habla del día de la ira de Dios (Sofonías 1:14-18; Isaías 22:5). En ese día Dios juzgará el pecado, la desobediencia y toda rebelión contra él. Sin embargo, él mismo proporcionó la solución para que nos libremos de su ira. ¡Jesús! A través de él recibimos el perdón de nuestros pecados y el favor de Dios.

...pues Dios no nos destinó a sufrir el castigo, sino a recibir la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo.
(1 Tesalonicenses 5:9)

¡Ese es el destino que Dios desea para cada ser humano! Jesús ya sufrió nuestro castigo en la cruz, y gracias a él gozamos de salvación y perdón. Cuando llegue el día de la ira de Dios, los que hemos recibido a Cristo como Señor y Salvador no sufriremos el castigo venidero (1 Tesalonicenses 1:10). Al mirarnos, Dios reconocerá la obra de Cristo en nosotros, verá a Jesús y su justicia, no nuestras faltas y pecados. ¡Bendita libertad!

6. De intentar ganar nuestra salvación

De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia. (Romanos 10:4)

De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia.
(Romanos 10:4)

El fin o la finalidad de la ley de Dios es guiarnos a Jesús. Por más que nosotros lo intentemos, no lograremos cumplir jamás con toda la ley. En algún momento fallaremos en algo, sea de palabra, intención o hecho. Pero la obra de Jesús en la cruz es perfecta y cuando aceptamos que su sacrificio tiene poder para limpiarnos de toda maldad, salimos de la opresión que representa el intentar cumplir con toda la ley.

Solo a través de Cristo recibimos la justicia de Dios y la salvación eterna. Lo único que tenemos que hacer es creer en Jesús de todo corazón y confesar con nuestra boca que él es el Señor. La ley no logra justificarnos, pero todo el que cree que Jesús es Dios es justificado y recibe su perdón (Hechos 13:38-39).

...que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.
(Romanos 10:9-10)

7. Para acercarnos a la presencia de Dios

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo. (Hebreos 10:19-20)

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo.
(Hebreos 10:19-20)

Durante la crucifixión de Jesús se rasgó el velo que dividía el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Antes de ese momento, el Sumo Sacerdote era el único que tenía acceso (una vez al año) al lugar más sagrado del tabernáculo. Allí hacía expiación por sus pecados y por los del pueblo.

Detalles sorprendentes de la crucifixión de Jesús.

La muerte de Jesús cambió eso. Él derramó su propia sangre en expiación por nuestros pecados. Él mismo cargó nuestra culpa y nos abrió el camino para poder acceder directamente a Dios Padre. Ya no necesitamos hacer más ritos y sacrificios. ¡Cristo, el Cordero de Dios, es suficiente! Gracias a él podemos hablar en confianza con el Padre y recibir su perdón y su amor (Efesios 3:12).

Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura.
(Hebreos 10:22)

Demos gracias a Dios porque es por él que somos realmente libres. Ninguna otra libertad se compara con la que él nos concede. ¡Vivamos vidas que reflejen esa gratitud! Dejemos que su gozo y su amor fluyan a través de nuestras vidas para que logremos impactar a los que nos rodean y los animemos a buscar la verdadera libertad en Jesús.