5 ejemplos bíblicos del perdón transformador de Dios


¿Alguna vez has recibido perdón sin merecerlo? Haces o dices algo que hiere a una persona amada y sabes que has cruzado la línea, que no mereces el perdón. Pero, ¡oh, qué dicha más grande! La otra persona decide perdonarte.

La Biblia nos habla de este tipo de perdón. Es el perdón que Dios nos da, uno que no merecemos y que muchas veces no entendemos.

Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño.
(Salmo 32:1-2)

En la Biblia hay ejemplos de personas que cometieron grandes errores, pero recibieron el perdón de Dios o de otras personas. Mira las siguientes historias sobre el perdón y decide ser más agradecido por el perdón recibido y más perdonador para la gloria de Dios.

1. David, el poder de la humildad ante Dios

David fue el segundo rey de Israel. Dios lo escogió desde muy joven para ese puesto. Era el menor de 8 hermanos y su padre se llamaba Isaí. De pequeño fue pastor de ovejas; también disfrutaba mucho de la música, tocaba el arpa y componía. Él escribió muchos de los Salmos que tenemos en la Biblia.

En los libros de Samuel, Reyes y Crónicas encontramos muchos relatos de la vida de David. Uno de los más conocidos está en 1 Samuel 17 y cuenta de su victoria sobre Goliat, un gigante del ejército filisteo. Ahí David mostró gran valentía y confianza en la protección de Dios. Su fama comenzó a crecer y esto alimentó la envidia en el corazón del rey Saúl, que comenzó a perseguirle. Por eso David tuvo que huir y pasó un tiempo en el exilio.

Tras la muerte de Saúl, David regresó, fue coronado rey de Judá, y luego, rey de Israel. Su fama y su osadía crecieron con el paso del tiempo gracias a los triunfos sobre muchos ejércitos. Uno de sus logros más importantes fue devolver el arca de la alianza a Jerusalén. Como resultado recibió grandes promesas por parte de Dios.

Sin embargo, en 2 Samuel 11 y 12 leemos sobre un episodio oscuro en la vida de David. Durante el sitio de la ciudad de Rabá, David cometió adulterio con Betsabé, mujer de Urías, uno de los militares. De forma indirecta mandó a matar a Urías para poder casarse con Betsabé. Como consecuencia de toda esta trama, Dios envió al profeta Natán a revelarle a David las consecuencias de sus actos. Leemos que el bebé fruto de esa relación murió. También se desataron enormes problemas y luchas entre David y sus otros hijos.

Toda esta situación desagradó mucho a Dios. Parece que el arrepentimiento de David llegó cuando el profeta Natán fue a hablar con él. David reflexionó y se dio cuenta de su pecado, que le había fallado a Dios. El Salmo 51 expresa el dolor que sintió. David comienza el salmo pidiendo compasión a Dios y luego le ruega que intervenga en su vida.

Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. (...)
Contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos.
(Salmo 51:2 y 4a)

David reconoció que sus malas acciones afectaban su relación con los demás y con Dios. Necesitaba la restauración que viene con el perdón de Dios y sabemos que la recibió. Dios nunca rechaza el corazón que se humilla y reconoce sus errores. En el mismo Salmo 51, en el versículo 7, David escribe: «Tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido».

El perdón de Dios llegó. En Hechos 13 leemos que Pablo, hablando con los jefes de la sinagoga en Pisidia, mencionó a David diciendo:

Tras destituir a Saúl, les puso por rey a David, de quien dio este testimonio: “He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón; él realizará todo lo que yo quiero”.
(Hechos 13:22)

¡Un hombre conforme al corazón de Dios! Esto es lo que logra el perdón de Dios. Nos acerca más a él y nos impulsa a ser transformados para llegar a ser todo lo que él quiere que seamos.

2. Pablo, una nueva vida para la gloria de Dios

Saulo nació en Tarso dentro de una familia fiel a la religión judaica. De joven aprendió el oficio de hacer tiendas. Creció dentro del rigor de los fariseos y se convirtió en defensor de sus creencias. Su gran celo le llevó a perseguir a los cristianos, les consideraba una secta que amenazaba todo aquello en lo que él había creído. Saulo estuvo presente durante el apedreamiento de Esteban, considerado el primer mártir cristiano. Desde ese momento creció aún más su deseo de terminar con los que creían en Jesús.

Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.
(Hechos 8:1-3)

A pesar de todo esto, Dios tenía sus ojos puestos sobre Saulo. Él veía gran potencial en él y decidió revelársele. Donde otros veían un corazón duro, lleno de odio y deseoso de acabar con los cristianos, Dios veía un corazón sediento de él y de propósito, una oportunidad para transformar una vida dándole nuevo sentido.

Saulo le pidió permiso al sumo sacerdote para ir y perseguir a los cristianos en Damasco. El permiso fue concedido y el viaje comenzó. Pero Dios tenía un plan mucho más especial.

En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía: —Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
—¿Quién eres, Señor? —preguntó.
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues —le contestó la voz—. Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer.
Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco.
(Hechos 9: 3-8)

La vida de Saulo no volvió a ser igual después de su encuentro con Dios. De perseguidor pasó a ser un fiel seguidor de Jesús. Ese mismo celo que tenía antes por perseguir a los cristianos lo usó para hablar de Dios, del sacrificio de Jesús, y del cambio que había experimentado. A muchos cristianos les costó aceptarle como parte de la iglesia, sospechaban de él. Pero Saulo (ahora Pablo) continuó fiel sirviendo a Dios y ayudando a expandir el mensaje de salvación.

Pablo llegó a ser un gran misionero y plantador de iglesias. La Biblia habla de sus tres viajes misioneros, sus visitas a las iglesias, y también nos cuenta de sus sufrimientos. En medio de enfermedades y persecuciones, Pablo continuó fiel a aquel que había perdonado sus errores y le había dado la oportunidad de enmendar el daño que había hecho.

En el Nuevo Testamento hay 13 epístolas de su autoría. En ellas vemos reflejada la gran obra que realizó llevando el mensaje de salvación a través de Jesús.

3. Pedro, perdonado y restaurado

Pedro pertenecía a una familia de pescadores de la ciudad de Betsaida y estaba casado. El primer encuentro que tuvieron él y su hermano con Jesús fue especial, ya que les dio un nuevo propósito.

Mientras caminaba junto al mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: uno era Simón, llamado Pedro, y el otro Andrés. Estaban echando la red al lago, pues eran pescadores. «Vengan, síganme —les dijo Jesús—, y los haré pescadores de hombres». Al instante dejaron las redes y lo siguieron.
(Mateo 4:18-20)

Desde ese momento, Pedro pasó a ser uno de los doce discípulos de Jesús. Él era más bien tosco y de temperamento impulsivo, características que se reflejan en varios pasajes bíblicos. Su impulsividad le llevaba a hablar o a actuar antes de pensar, como vemos, por ejemplo, en Mateo 14:25-31. Él estaba junto a los otros discípulos en una barca cuando Jesús se les acercó caminando sobre el agua. Pedro dijo: «Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre el agua. —Ven —dijo Jesús. Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús».

Pedro formaba parte del círculo íntimo de Jesús, los apóstoles que compartieron momentos especiales con el Maestro. Llegó a ser una especie de portavoz de los doce, declarando en ocasiones grandes verdades.

Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.
—Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro.
(Mateo 16:13-16)

Durante la última cena vemos una escena muy especial. Los discípulos comienzan a argumentar sobre cuál de ellos sería el más importante. Jesús les dice que en su reino el más importante es el que sirve. Les anima a seguir su ejemplo de servicio, y pasa a hablarle directamente a Pedro.

Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos».
—Señor —respondió Pedro—, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte.
—Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces.
(Lucas 22:31-34)

Jesús sabía lo que sucedería y dio una palabra profética. Él sabía que Pedro lo negaría y oró por él, por fortaleza para su fe. Jesús dijo que Pedro se repondría de ese gran error y que llegaría a ser de ejemplo para los demás discípulos de Jesús. ¡Y así fue!

Cuando arrestaron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote, Pedro negó tres veces que lo conocía, tal como había dicho Jesús. Al darse cuenta de lo que había hecho, Pedro sintió un dolor amargo en su corazón. ¡Le había fallado al Maestro! Pero después de la resurrección de Jesús, en Juan 21:15-19, leemos una de las historias más bellas de perdón y restitución. Jesús le pregunta a Pedro tres veces «¿me amas?», y cada vez que Pedro le contesta «Si, Señor, sabes que te amo» Jesús le da una encomienda: apacienta mis corderos; cuida de mis ovejas; apacienta mis ovejas.

Sabemos que Pedro fue uno de los líderes de los primeros cristianos. En el libro de Hechos leemos cómo Dios lo usó para sanar y de sus predicaciones llenas de poder. La iglesia creció gracias a su fidelidad, su perseverancia en llevar el mensaje de salvación.

Así es Dios. Lleno de amor y de perdón. Él está siempre a la espera, anhelando que nos acerquemos con humildad, que le demos una oportunidad. Él no solo nos perdona, también nos da un nuevo propósito. No tardes en aceptar su amor y su perdón.

Historia del apóstol Simón Pedro

5. Jacob y Esaú, gemelos rivales con una segunda oportunidad

Jacob y Esaú eran gemelos, hijos de Isaac y Rebeca. Su rivalidad y sus peleas comenzaron antes de ellos nacer, y en el momento del parto, Jacob nació segundo, con su mano aferrada al calcañar de Esaú. Su vida fue una llena de riñas. Se peleaban constantemente y competían por el favor de su padre y la bendición de su linaje.

Esaú, el hermano mayor, era un cazador y un hombre rudo y peludo. Él era el preferido del papá. Jacob, en cambio, era un pastor bastante astuto, y era el preferido de la mamá. Un día, Esaú regresó hambriento y cansado después de cazar. Jacob estaba preparando un guiso y Esaú le pidió comida. Jacob aprovechó y le dijo que le daría un plato de guiso a cambio de la primogenitura. Esaú dijo que sí, y le vendió el derecho de ser el heredero principal de la familia por un plato de comida. Ese día, la rivalidad entre ellos creció.

Más tarde, cuando Isaac estaba a punto de morir, Jacob actuó nuevamente con astucia. Con la ayuda de su mamá, Rebeca, se las ingenió para recibir la bendición que le correspondía al primogénito. Esaú se puso furioso y prometió matar a su hermano. Jacob tuvo que huir. Durante su huida, Jacob tuvo una visión del Señor que conmovió su ser.

Jacob se refugió con su tío, donde trabajó por muchos años para poder casarse con Raquel, la mujer de la que se enamoró. Allí, prosperó mucho, tuvo esposas, hijos y muchas posesiones. Se convirtió en un hombre rico y eso le trajo problemas con su suegro.

Dios lo mandó a regresar con su familia a su tierra de origen, pero Jacob temía volverse a encontrar con Esaú. Sin embargo, Esaú, al verlo de lejos, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo perdonó.

Dios también había bendecido a Esaú. Luego de tantos años de rivalidad, los dos hermanos al reencontrarse, se perdonaron y se reconciliaron.

5. José, el perdón de los hermanos traidores

José tenía 11 hermanos de parte de padre. Sus hermanos le tenían envidia y estaban enojados con él porque él era el favorito de su papá. Cuando José tenía 17 años, su padre le regaló una túnica de colores muy bonita. Eso aumentó los celos y el enojo de sus hermanos quienes prometieron vengarse de José.

Los hermanos vendieron a José como esclavo y le hicieron creer al papá que un animal lo había matado. La vida de esclavitud fue muy fuerte, pero José hacía su trabajo fielmente y con integridad. Poco a poco fue subiendo de rango, gracias a su buen trabajo y a un don que Dios le había dado: la interpretación de sueños. Él interpretó un sueño muy importante del faraón y pasó a tener un alto cargo en el gobierno.

José se convirtió en gobernador de Egipto, tenía toda la confianza del faraón y administraba prácticamente todo. Había hambruna en todo el mundo, pero la previsión de José y su buena administración aseguraron que en Egipto no faltara nada. Comenzaron a llegar personas de diferentes naciones en busca de alimentos. Entre ellos, llegaron los hermanos de José.

José los reconoció, pero no dijo nada. Les preguntó por su padre y por su hermano menor. Luego de comprobar que estaban todos bien, les reveló que él era José, el hermano que habían vendido. En lugar de aprovechar para dejarlos sin comida o vengarse de ellos, José los abrazó y los perdonó. Él sabía que Dios había permitido todas las cosas con un propósito: salvar la vida de ellos y de muchas otras personas.

A pesar de la traición y la crueldad que José había sufrido a manos de sus hermanos, él decidió no guardar rencor. En su lugar, se enfocó en hacer el bien a lo largo de su vida. Su historia es una que habla sobre la importancia de confiar en la soberanía de Dios. Aunque pasemos por pruebas muy difíciles, es mejor llenar el corazón de perdón y no dejarnos cegar por el rencor y el deseo de venganza.

La historia de José (el soñador)

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